domingo, 10 de enero de 2010

Los orígenes del crecimiento económico moderno, por Luis Enrique Clemente López


Inglaterra estaba embarazada. La gestación se prolongó demasiado en el tiempo, unos diez mil años, pero para el feto era vital una lenta y parsimoniosa transformación social, cultural, económica, religiosa, institucional, política... El alumbramiento también fue largo, debido a la necesidad de acabar definitivamente con la ya debilitada trampa maltusiana, pero estuvo facilitado por ciertos acontecimientos, como la Peste Negra, la Segunda Revolución Agrícola (siglo XVI) o la decisiva Revolución Industrial iniciada desde finales del siglo XVIII. El pequeño bebé nació sin nombre, pero hoy, dos siglos después, es conocido como Crecimiento Económico Moderno.

Dejemos de lado las comparaciones. Kuznets define el crecimiento económico moderno como “un incremento sostenido del producto per cápita, acompañado por un aumento de la población y de profundos cambios estructurales”. Para ello, fue necesario superar la trampa descrita por Malthus, donde cualquier avance tecnológico supone un aumento demográfico que conlleva a una disminución en la renta per cápita, un aumento de la mortalidad y, consecuentemente, una reversión al anterior equilibrio de nivel de subsistencia. Esta situación cíclica es explicada mediante la ley de rendimientos decrecientes, formulada por Ricardo, que se refiere a la cantidad cada vez menor de producto adicional obtenido cuando añadimos unidades adicionales de un factor de producción.

Por tanto, nos encontramos ante la necesidad teórica de una política apocalíptica para romper con la trampa maltusiana y aumentar los ingresos medios sociales. Sin embargo, el propio transcurso de la historia inglesa ejecutó ciertos frenos preventivos. La sociedad preindustrial inglesa era muy desigualitaria, pero gradualmente se produjo el acompasado surgimiento de una potente clase media. Estas personas disponían de un mayor acceso al conocimiento, y como argumenta Petty en defensa de Kuznets: “Es más fácil que un hombre de talento se halle entre 4 millones de personas que entre 400”. Así, el aumento demográfico propició una mayor innovación y un mayor crecimiento tecnológico que conllevaba a una mejor organización del sistema productivo, a la liberación de mano de obra para la industria, así como al inevitable comercio internacional de importación de alimentos y materias primas para cubrir la creciente demanda, y de exportación de manufacturas. Este mercado fue posible gracias a un conjunto de instituciones y estructuras sociales preexistentes, como defienden North y Thomas, condición clave que imposibilitó este desarrollo en otras economías mundiales, además de la seguridad de los derechos de propiedad. Por otra parte, cabe señalar diversos factores como la bajada de los tipos de interés, iniciada gradualmente en los tiempos del manor.

La Revolución Industrial constituye la solución a la trampa maltusiana. Por fin, la producción mantenía un crecimiento superior al desarrollo cuantitativo de la población, y la población inglesa dispuso de un mayor nivel adquisitivo gracias al aumento de los ingresos medios.

Imagen: Heads of six of Hogarth´s servants. William Hogarth (1697-1764). Tate Britain (www.tate.org.uk)